24 mayo: fiesta de la Translación del cuerpo de Santo Domingo

Publicado el : 23 de mayo de 2018

Esta fiesta nos recuerda el episodio del 24 de mayo de 1233, en Bolonia, cuando los frailes desplazaron el cuerpo de santo Domingo, de la nave de la iglesia de san Nicolás, donde había sido enterrado inicialmente, al interior de la Basílica de santo Domingo. Y, cuando abrieron la tumba, un maravilloso olor se propagó e impregnó a todos los presentes. Dios daba testimonio de su siervo Domingo quien, por medio de su predicación, había esparcido “el buen olor de Cristo” (2 Co 2,15).

En este día de fiesta quisiera compartir con vosotras algunas reflexiones hechas a partir de una de las escenas esculpidas por Nicola Pisano (1267) sobre el sarcófago de santo Domingo en Bolonia. Allí se evocan dos acontecimientos importantes que el artista ha sabido unir de manera admirable, representando a Domingo dos veces: de rodillas y vuelto hacia Pedro y Pablo, y, en el mismo eje, de pie y vuelto hacia sus frailes. Constantino de Orvieto, en su vida de santo Domingo nº 25, nos cuenta que: “Mientras que el servidor de Dios, Domingo, estaba en Roma y alzaba su oración en presencia de Dios en la basílica de san Pedro en favor de la extensión de la Orden, la mano de Dios le alcanzó. Vio aparecer a Pedro y a Pablo. Pedro le entregó el bastón; Pablo, el libro; y ambos añadieron: “Ve y predica, pues Dios te ha elegido para este ministerio.” Entonces, en ese instante, le pareció ver a sus hijos repartidos por el mundo, yendo a predicar la palabra de Dios al pueblo, de dos en dos.”
Estamos en enero del año 1217, Domingo tiene 47 años. En san Pedro de Roma recibe la misión de ser predicador universal. Ya, desde 1206, recorría la región del Lauragais, entre Tolosa y Carcassonne, para anunciar a la gente de esa región cátara al Dios bueno, Creador de cielo y tierra, al Hijo Jesucristo, encarnado en nuestra carne, muerto y resucitado con su cuerpo por nuestra salvación, y al Espíritu Santo que continúa la obra de Dios en la Iglesia de los santos y de los pecadores. Y, en 1215, el obispo Foulques de Tolosa, había dado a Domingo y a su pequeño grupo de frailes el estatuto de predicador de su diócesis. Pero en Roma, percibe una llamada más vasta, la llamada a ensanchar el horizonte, a sembrar ampliamente la buena semilla pues “sabía que el grano da fruto cuando se disemina, y se pudre si queda amontonado” (Pierre Ferrand, Legenda Sancti Dominici, 31).
He aquí por qué, el 14 de mayo de 1217, Domingo anuncia a sus frailes – no son más que 15- que los va a dispersar. Y el 15 de agosto, en Prulla, les envía, repartidos en 4 pequeños grupos, a España y a Paris. Observamos en la escultura de Pisano a Domingo que entrega el libro de la Palabra, recibido de Pablo, a uno de los frailes. A la derecha, el otro fraile tiene en sus manos la Palabra y la coloca sobre su pecho, mientras que, por detrás, otros tres frailes, la mirada vuelta hacia Domingo, esperan su turno para ser enviados. Todas las líneas de esta escena, todas las miradas, convergen en la figura de Domingo quien recibe y da la Palabra. “Cada santo es un mensaje que el Espíritu Santo extrae de la riqueza de Jesucristo y ofrece a su pueblo. Para reconocer cual es la palabra que el Señor nos quiere decir a través de un santo… hay que considerar el conjunto de su vida, todo su camino de santificación, (…) el sentido global de su persona.”(Pape François, Encyclique Gaudete 21-22). Al mirar a Domingo podemos decir que toda su persona se resume en el “Ve y predica”, es el corazón de su misión, su razón de ser.
Festejar a santo Domingo, no es solo admirar la figura del fundador de la Orden de los Frailes Predicadores, sino que es dejarse interpelar nosotras también, en cuanto Dominicas, por esta llamada: “Ve y predica” que debe abrazar toda nuestra vida. Domingo fue llamado también “el hombre de las suelas de viento”… y a nosotras, ¿a dónde nos llevará el viento del Espíritu?

Sr Thérèse Marie Boillat