Comentario de las lecturas • 4/marzo/2020 • Miércoles de la 1ª semana de cuaresma

Lecturas:
• Jon 3,1-10
• Sal 50,3-4.12-13.18-19
• Lc 11,29-32

I. El Señor tuvo piedad de su pueblo
El relato que escuchamos hoy parece elegido exclusivamente para poner de manifiesto la misericordia incondicional de Dios.
Si nos fijamos bien, en estos pocos versículos no tenemos ningún dato que nos permita hacernos idea del pecado de Nínive, de las circunstancias de aquella ciudad, del contexto en el que se desarrolla la historia, de los agravantes o eximentes que podríamos encontrar para los habitantes de Nínive… Relato “universal” aplicable a infinidad de situaciones colectivas… ¿y también personales?
Hay pecado. Hay mal. Lo suficientemente serio como para que Dios envié a Jonás con un mensaje amenazador: Nínive será arrasada.
El anuncio del mensaje provoca la reacción de la ciudad, incluido su rey. No podemos seguir haciendo el mal. Quizá cuando Dios vea que nos hemos arrepentido nos dará respiro y no pereceremos, dice el rey.
Y, efectivamente, ese es el resultado. Cuando Dios vio que se convertían de su mala vida tuvo piedad de su pueblo.
Esta es la dinámica del proceso que se desarrolla: pecado, amenaza, arrepentimiento, perdón.
Podríamos encontrar más ejemplos, pero el de hoy es perfecto, por el “anonimato” y la falta de todo tipo de detalles que nos distraigan.
El Señor es compasivo, el Señor perdona, siempre. No sólo a Nínive. A nosotros, y también a aquellos que nos parece -quizá- que no merecen ser perdonados. A todos. Este “ser de Dios” nos sobrepasa, nos descoloca, nos desconcierta…
Tenemos camino por delante para aprender a disfrutar de la increíble alegría de saber que somos siempre perdonados, y para ir entendiendo que el perdón entre nosotros es camino hacia la verdad, la libertad, la capacidad de “acoger a Dios” en nuestra vida. Precisamos pagar el “peaje” del arrepentimiento, el reconocimiento de que realmente hemos hecho un daño al otro… al margen de todas las excusas que podamos encontrar.
No es un camino sencillo. El propio Jonás no lo vio nada claro. Hoy es un día estupendo para leer completo el libro de Jonás y disfrutar de un relato que no sólo muestra la misericordia de Dios, sino que nos “retrata” en muchas de nuestras conductas humanas.

II. El Hijo del Hombre es el único signo que se nos ofrece
Jesús aparece “dolido” por la cerrazón y la ceguera del pueblo que le rodea e incluso le “sigue”. Muy lejos de querer mostrarse importante, lamenta la dificultad que manifiestan para asumir y acoger el mensaje que Él les anuncia de parte de Dios.
Parece que necesitan signos espectaculares, deslumbrantes… Lo que Jesús dice y hace (también sus signos) debe ser poca cosa. Una manifestación de Dios debe tener características portentosas.
Jesús les remite a dos momentos del pasado que ellos conocen muy bien y en los que no se dan signos asombrosos:
• El único signo que recibió la ciudad de Nínive fue el anuncio de Jonás, que les invitaba al arrepentimiento. Y cambiaron su vida.
• La Reina de Saba sólo necesitó tener noticia de la sabiduría de Salomón. Y se puso en camino para conocerle.
Más aún. En otro momento recordará Jesús (en la parábola de Epulón y Lázaro) que no hay ningún signo que produzca la fe.
Pero somos difíciles de convencer. Y pasados veinte siglos seguimos enredados en la busca de signos: mensajes, apariciones, curaciones, devociones múltiples… a las que aferrarse, aparentemente con más fuerza que a Jesús de Nazaret. ¿Nos conducen a Jesús? ¿Serán necesarios tantos rodeos para llegar a descubrir el “único signo” que nos es dado, Jesús de Nazaret, muerto y resucitado? Sólo en Él nuestra fe, nuestra vida, nuestra alegría, nuestra salvación.

Hna Gotzone Mezo