Comentario de las lecturas bíblicas • 27/septiembre/2021 • 26ª semana del tiempo ordinario
Lecturas:
• Zac 8,1-8
• Sal 101,16-18.19-21.29.22-23
• Lc 9, 46-50
I. Yo seré su Dios con verdad y con justicia
Los versículos del profeta Zacarías que escuchamos hoy en la primera lectura constituyen una fantástica noticia para el pueblo. Una promesa, preñada de esperanza y futuro, se abre para aquellos que habían vivido sometidos. Dios está decidido a salvar a su pueblo, aunque a muchos eso les parezca un sueño imposible.
¿Y cómo será posible?
Se me ocurren algunas posibles pistas que podríamos profundizar en el intento de encuentro con nosotros mismos y con el Señor que se nos ofrece en la Palabra.
> La promesa de salvación por parte de Dios ¿despierta algún interés real en mi vida? ¿Encuentra eco dentro de mí? ¿Por dónde andan mis búsquedas de salvación? ¿En quién o en qué pongo mi esperanza?
> La salvación de Dios que el profeta dibuja en el texto es aparentemente “sencilla”: las calles de Jerusalén estarán pobladas de ancianos y ancianas, que se sentarán tranquilos, chiquillos y chiquillas que jugarán en ellas… ¿Soñamos con algo más “sofisticado”? En cualquier caso no es una salvación sólo para después de la muerte, Dios nos está salvando siempre. ¿Tenemos alguna dificultad para descubrir esa salvación actuando permanentemente?
> No se trata de una salvación que podamos esperar pasivamente, dando por hecho que en algún momento Dios va a arremeter contra el mal presente en el mundo para aniquilarlo. Ni se nos va a imponer contra nuestra voluntad. Experimentar la salvación de Dios supone ponerse a la tarea de “vencer al mal con el bien”, no porque sea una obligación sino porque es el único modo de sentirse felices en lo profundo. Si continuamos la lectura de este capítulo de Zacarías comprobaremos que el Señor indica al pueblo lo que tienen que hacer. ¿Qué males, personales y colectivos, nos azotan hoy? ¿Cuál es mi compromiso para introducir el bien en el mundo?
II. El más pequeño de vosotros es el más importante
Encontramos en el relato evangélico dos enseñanzas de Jesús, que vienen a esclarecer lo que supone su propuesta del Reino, en lo que se refiere a las actitudes y conceptos con los que “funcionamos” en la vida.
La primera se repetirá con frecuencia en los evangelios. Los discípulos no entienden nada de lo que Jesús les está mostrando, con sus palabras y su vida, sobre el Reino de Dios. Siguen a Jesús, pero discuten sobre quién es el más importante entre ellos. Entienden ese Reino en las categorías en las que funcionan los reinos de la tierra. Y es que este funcionamiento “humano” se adecúa mejor a nuestras pretensiones de reconocimiento, de éxito, de control, de poder, de realización…
Jesús toma a un niño (de su época, no de la actual) y nos invita a hacernos como ellos. El niño era el prototipo de los que no cuentan: ningún poder, ningún control, ninguna importancia, total dependencia… ¿Mostramos con nuestra vida que hemos entendido a Jesús mejor que los discípulos?
La segunda enseñanza nos coloca ante otra de las actitudes habituales entre nosotros: la de definirnos por contraposición con los otros, la de crearnos identidades cerradas, pertenencias que nos aíslan y separan… en ámbitos de la vida que pueden ser importantes y en otros que son absolutamente insignificantes ¿Cuántas filias, fobias, rechazos y enfrentamientos por cuestiones deportivas…?
En todo caso, Jesús es claro. No podemos rechazar a nadie por no ser “de los nuestros”. El personaje del evangelio estaba actuando bien, y eso es lo que cuenta para Dios, cuyo amor salvador va mucho más allá de nuestras raquíticas concepciones, simplemente porque es universal y nos acoge a todos.
Sr Gotzone Mezo