Comentario de las lecturas del miércoles 24/ 07/2019 - Decimosexta Semana del Tiempo Ordinario

“¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!”

Lecturas :
-  Ex 16, 1-5.9-15
-  Sal 77, 18-19. 23-24. 25-26. 27-28
-  Mt 13,1-9
Hoy celebramos: Beata Juana de Orvieto (24 de Julio)

”Para que sepáis que yo soy el Señor Dios vuestro”

Todo el libro del Ex es una gran confesión de fe en el Dios liberador, sanador, que cuida y acompaña el proceso transformador de una multitud en un pueblo libre y responsable, el “pueblo de Dios”. Y esto no fue tarea fácil.

Estamos ante una de las experiencias fuerte a la que el pueblo de Israel se enfrenta. Solo habían transcurrido aproximadamente 2 meses y medio desde que los israelitas salieron de Egipto y una nueva queja aparece en sus labios: “Vosotros nos habéis traído a este desierto para hacernos morir de hambre”. Su queja: la falta de comida. ¿Podemos imaginar lo que se puede sentir, mirar y no ver alimentos? ¡Pasar hambre… ¡Nunca lo he vivido y me cuesta imaginarlo! Quizás pararnos y orar este aspecto, nos ayude a “entender o a matizar” las palabras de queja y reproche que brotan de los labios de la multitud.

Habían cruzado el Mar Rojo, habían sido liberados de sus perseguidores, y desde su corazón agradecido habían cantado la experiencia de redención sentida. Pero la memoria humana es demasiado frágil para confiar en un Dios providente y “ausente” al mismo tiempo. “Y los hijos de Israel les dijeron: Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas con carnes, cuando comíamos pan en hartura”. Todos entendemos la preocupación por la falta de alimentos, pero uno supondría que la reacción debería ser otra, en lugar de quejarse y murmurar contra Moisés y Aarón.

Podemos notar que la memoria referente a su vida pasada está bastante distorsionada. En Egipto no habían gozado de abundancia y reconocimiento, sino más bien de esclavitud, eran un pueblo sometido y restringido. “Memoria distorsionada!” Quedémonos con el sentido de esta palabra mirando nuestra realidad actual. ¿No les recuerda esta expresión y actitud a hechos que nos resultan muy familiares? ¿Quién de nosotros no a dicho alguna vez cosas parecidas? Por ejemplo: ¿“antes éramos,…hace unos años la sociedad era…, antes en la VR se hacía, en la Iglesia vivíamos…?, la lista puede ser larga. Cada uno puede hacer la suya y orarla.

Desde que salieron de Egipto, Dios guió a los israelitas por el camino del desierto. Esa trayectoria no era fortuita, Dios no cambió las circunstancias ante sus quejas, ya que siguieron en el desierto. No les mostró un granero, ni les regaló un plantío, ni les trajo carretas de comida. Sí, les dio algo mejor: les aseguró que tendrían su porción de “Maná” diaria. Esta promesa también va a exigir un acto de fe. ¡Dios nos lo dará también mañana! Los israelitas tienen que hacer el aprendizaje de la confianza. Es una enseñanza de vida para cada uno de nosotros.

Fijemonos en Moisés que tendrá que hacer el aprendizaje en los dos sentidos: Escuchar quejas de este pueblo que Dios le ha confiado hasta llevarle a la Tierra Prometida; al tiempo que una y otra vez intercederá ante Dios, que a veces amenaza con aniquilar a su pueblo por la dureza de corazón que manifiesta. Moisés se siente “responsable” ante Dios y ante el pueblo, quiere que éste comprenda, que el reproche que hacen, no es contra su persona, sino contra Dios mismo. Esta es la gravedad de su queja.

“¡Quien tenga oídos para oír, que oiga!”

Estamos ante esta parábola del sembrador que puede resultarnos tan familiar y con un significado especial: el misterio del Reino de Dios está ya presente en medio de la gente y en la actividad de Jesús. No permitamos que el ser muy conocida, nos haga perder la novedad del mensaje.

Hoy quiero fijar mi reflexión sobre algunos aspectos que me han ayudado a orar con ella:
1) Jesús nos muestra que todo lugar es válido para la predicación, no puede en tierra, lo hace desde una barca que está en el mar.

2) El sembrador no desecha ningún tipo de tierra, todos le parecen posibles para acoger la semilla, mi propia tierra personal puede estar también entre ellas. ¿Se dan cuenta que maravilla somos?, no por nuestra fuerza sino por la gran misericordia del “sembrador”.
Al imaginarnos al sembrador es como si le “sobrara” semilla o quizás sea la gran confianza que él tiene en el poder de la semilla que la esparce a voleo, con generosidad. Ella sabrá abrirse camino en su germinación.
Al salir de la Eucaristía llevemos un compromiso: fijarnos en los pequeñísimos brotes de toda hierba que aparecen en los caminos y en alguna calle de nuestros pueblos y ciudades. Imaginemos el recorrido que han tenido que hacer, ¿cuántos obstáculos no habrán tenido que sortear? Sí, pero han llegado a ver el sol. ¿No les parece admirable y sugerente esta enseñanza para nuestro caminar en la fe? Es una parábola llena de optimismo “cristiano”. Pidamos al Señor, creer en las posibilidades que Dios ha puesto en todo ser humano.

Hna. Virgilia León Garrido