Reflexión del Evangelio del día :Miércoles 8 de febrero, quinta semana del tiempo ordinario

Lecturas :
Génesis 2,4b-9.15-17
Sal 103,1-2a.27-28.29be-30
Marcos 7,14-23

Dios modeló al hombre…, sopló en su nariz y se convirtió en un ser vivo

En la 1ª lectura continuamos con el libro del Gn .Nos encontramos ante la segunda narración de la creación. Es una narración más antigua que la que leemos en el primer capítulo. No comienza expresando la creación del universo, sino la creación del ser humano y del hábitat que le entrega donde vivir.
El relato que el autor describe es una creación donde no había plantas ni hierba ni lluvia – y donde “ni había hombre para que labrase la tierra” (v. 5). No obstante, describe un tipo de paraíso donde “subía de la tierra un vapor, que regaba toda la faz de la tierra” (v. 6). Yahvé modeló el cuerpo de Adán. Según este relato, lo hizo de la arcilla de la tierra. Aquí nos habla de Dios como de un alfarero que se pone a formar del polvo de la tierra a un hombre. Todo lo hace él: los manantiales, las plantas, los árboles… pero con especial cariño y detención hace el cuerpo humano. El texto hace hincapié en el hecho de que Dios, por medio del agua, da vida a la tierra; y a través de su aliento, da la vida al hombre Es la forma cercana de decirnos que Dios para hacer al hombre se deshace en atenciones y el hombre se convierte así, en un ser vivo.
Mirémonos con atención. Contemplémonos. Somos obras únicas, no hay otro igual a ti en todo el universo. Puede haber personas que se parecen a ti, pero al final tú eres diferente. Eres especial. Dios te ha creado y te ha dado la vida de una manera especial, y esto, con cada ser humano.
Dios construyó un jardín, y en medio de él colocó al hombre que había formado. También en medio del jardín planto el árbol del “conocimiento del bien y del mal. El Edén es un paraíso porque tiene agua abundante y todo puede crecer en él, pero Dios no pretende que el hombre disfrute de él como a veces nos imaginamos. “Ser un lugar donde el hombre puede comer fruta y disfrutar sin hacer ningún esfuerzo”. El hombre puede disponer a su gusto de los frutos de todos los árboles, Dios le entrega TODO, excepto uno: el árbol del bien y del mal, de éste, no debe comer.
En el diseño original, Dios asigna trabajo al hombre, éste ha de labrar y cuidar el huerto, le asigna responsabilidades. Labrar y cuidar el huerto pueden ser actividades agradables. Creo que así las pensó Dios para el ser humano. El trabajo se hará desagradable solo después de que aparezca el pecado, es decir cuando Adán desobedeció el mandato divino.

Nada de lo que entra en el hombre puede mancharlo

Hoy Jesús en el evangelio de Mc nos enseña que todo lo que Dios ha hecho es bueno. Es, más bien, nuestra intención no recta la que puede contaminar lo que hacemos. Esta enseñanza de Jesús desconcierta no solo a la gente que le busca sino hasta a los mismos discípulos que una vez más le preguntan “sobre el sentido de la comparación” que ha expresado ante la gente. Jesús aprovecha esta ocasión para colocar los firmes cimientos y principios en los cuales se debe asentar la auténtica moralidad.
Jesús se ha encarado con los fariseos por la forma legalista con la que actúan e imponen a todos sus prescripciones, llegando a matar el espíritu de la ley. A Jesús le importa la gente, ve que la ley de los fariseos les está encadenando, impidiendo de vivir la verdadera libertad de los hijos de Dios. Jesús les dice que lo importante no es mantener la “pureza legal” ajustándose escrupulosamente a la letra de la ley en lo referente aquí a los alimentos y su preparación. Es más: No hay por qué pensar que hay unos alimentos más “puros” que otros; todos vienen de la mano de Dios y están, por disposición suya, al servicio del ser humano.
Jesús llama la atención sobre lo que procede del interior, lo que se genera en el corazón humano. Ahí es donde reside la fuente de nuestros actos: los buenos y los malos.
Por eso, Jesús nos dice: “Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre” (Mc 7,15). La experiencia de la ofensa a Dios es una realidad. No necesitamos ser lumbreras para constatarlo. Con facilidad descubrimos esa huella profunda del mal en nosotros y en nuestro mundo esclavizado por el pecado. La misión que Jesús encargó a sus discípulos y nos sigue encargando hoy, es limpiar confiando en su gracia todo lo que contamina los corazones y esclaviza nuestro mundo. Sólo nuestra voluntad puede estropear el plan divino, vivamos vigilantes para que no sea así. Podemos hacer grandes cosas si nos damos cuenta de que cada uno de nuestros actos humanos se transforma unidos al querer de Dios.
Jesús hace aquí mención solamente a la fuente de nuestros actos malos. Nosotros también sabemos que en el corazón del ser humano anida todo lo bueno que somos capaces de hacer para que el Reino de Dios siga creciendo en nuestro mundo. Practiquemos esta invitación como comunidad cristiana.

Hna Virgilia León Garrido