Commentario de las lecturas biblicas Decimotercera semana del Tiempo Ordinario Lunes 28 de junio Fiesta de San Ireneo de Lyón

Lecturas :
Lectura del libro del Génesis 18,16-33:
Sal 102
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,18-22

¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable?

» En la primera lectura del día de hoy, encontramos a Dios y a Abraham dialogando, después de que el Señor haya decidido confiar a Abraham, a quien trata como un amigo, sus planes sobre el futuro de la ciudad de Sodoma y de todos sus habitantes. La cuestión es importante: El mal se extiende como la hiedra y es necesario frenarlo, destruirlo, para que no siga corrompiendo todo lo que toca. El autor quiere mostrarnos a través de este relato la gravedad del pecado y todo el daño que provoca a su alrededor. Pero hay una segunda cuestión: ¿habrá en medio de una situación como ésta, tan grave, algo que salvar, que rescatar? En el relato, ambas cuestiones son planteadas a través del diálogo entre Dios y Abraham. Junto a ellos, vamos haciendo un camino de profundización: si en un primer momento pudiera parecernos que, ante el mal, no cabe otra solución que el castigo, poco a poco va emergiendo, en el relato, el tema de la compasión y la misericordia. Ambos temas surgen ante la presencia interpelante, en medio del mal que parece dominarlo todo, de los inocentes, de quienes son rostro del bien y que sin embargo sufren las consecuencias del mal. ¿Será la presencia del bien, aunque parezca una presencia insignificante, capaz de salvar lo que parece insalvable? Y de lo que nos habla este relato es precisamente de la esperanza de esta salvación. Una salvación que brota no tanto de extirpar la cizaña, sino de dejar que el trigo crezca, aunque tenga que hacerlo junto a la cizaña; no sea que, como dice el Evangelio, queriendo destruir la cizaña, acabemos también con el trigo Una salvación que brota, en definitiva, de la misericordia y el perdón de Dios. Abraham, desde su conciencia de ser él también hombre débil y pecador, se siente solidario de esta humanidad también frágil y apela a esta misericordia que él mismo experimenta en la intimidad de su relación con el Señor. Que podamos en este día descubrir, como Abraham, los brotes del bien, a través de tantos y tantas inocentes, y desde ello orar por nuestro mundo con el deseo de que la vida, que traduce el Amor, sea más fuerte que el mal y la muerte.

Tú, sígueme

Un escriba se dirige a Jesús y le expresa su deseo de seguirle; y parece que lo hace con entusiasmo, decisión y entrega. “Maestro, te seguiré vayas a donde vayas.” En ese sentido, pueden chocar un poco las palabras con que Jesús le responde: parece que, más que animar al escriba, quisiera decirle algo así como “¿Tú sabes en la que te estás metiendo?”. A continuación, es un discípulo el que le dice “Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre”; una petición bien justa. Y sin embargo la respuesta de Jesús de nuevo nos desconcierta: “Tú sígueme. Deja que los muertos entierren a sus muertos.” La verdad es que, a primera vista, una se queda desconcertada. Parece un lenguaje muy duro. Y quizás alguna vez hemos recibido este texto así, como un jarro de agua fría; sentimos entonces que seguir a Jesús es demasiado exigente, porque nos va a pedir renunciar a cosas importantes para nosotros y que por tanto este seguimiento sólo es para personas especiales. Y sí, con frecuencia en la interpretación que hemos recibido de este texto ha predominado el acento en la exigencia del seguimiento o más bien en una manera de entender esta exigencia que pone la mirada sobre todo en aquello a lo que se renuncia. Y yo creo que lo que Jesús quiere es precisamente lo contrario, abrir nuestra mente para que podamos acoger la novedad y la urgencia del Reino, aquella que nos hace cambiar el punto de apoyo en el que fundamentar la vida; aquella que nos introduce en un concepto más amplio de familia y de hogar. La experiencia nos dice que ambos ámbitos son pilares necesarios para poder adquirir la seguridad y confianza básicas que precisamos para desplegar lo mejor de nosotros mismos. Sin embargo, Jesús nos invita a colocar tanto la familia como la propia casa en un espacio vital mayor en cuyo centro se halla la experiencia filial de confianza en el Padre. Él es nuestro verdadero hogar y en torno a Él, hermanados en Cristo, vamos construyendo una nueva familia abierta a cualquier persona, más allá de lazos de sangre, pueblo o nación. No es que la propia casa y la propia familia no tengan valor; claro que lo tienen. Pero adquieren una nueva perspectiva cuando se resitúan y se reorientan, desde el absoluto del proyecto de Dios para esta humanidad y esta creación. Presentemos al Señor en este día nuestro mundo de relaciones y también aquello que en estos momentos nos da seguridad en la vida. ¿Hay algo que en estos momentos necesitemos reorientar para poder vivir con mayor plenitud nuestra vocación de hijos e hijas de Dios?

HnaMaría Ferrández Palencia