Lunes 8 de noviembre de 2021 - Trigésimo segunda semana del tiempo ordinario

Comienzo del libro de la Sabiduría 1,1-7:
Sal 138,1-3a.3b-6.7-8.9-10
Lucas 17,1-6

Amad la justicia
Comenzamos la lectura del libro de la Sabiduría que es, cronológicamente hablando, el último del Antiguo Testamento.
Y se inicia con una triple exhortación que quiere recoger aquello que el autor considera fundamental para vivir según la voluntad de Dios: amar la justicia, pensar rectamente sobre Él y buscarlo con sencillez de corazón. Tres orientaciones que a lo largo de la lectura del este libro iremos encontrando íntimamente interconectadas: En la justicia está la salvación del ser humano, porque sólo el justo puede conocer a Dios.
Pero para vivir la justicia que posibilita el encuentro salvador con Dios, necesitamos que Dios nos dé su sabiduría.
Adentrémonos en la lectura de este precioso libro, acogiéndolo como una oportunidad de profundizar en nuestra búsqueda de Dios, acogiendo la invitación que nos hace en este primer capítulo a hacernos conscientes de aquellas disposiciones que facilitan el camino del encuentro con Él (el amor a la justicia, el pensamiento recto, la sencillez de corazón) y de aquellas que nos alejan de Él (los pensamientos torcidos, la doblez, la injusticia). Son disposiciones que tienen que ver con el ser humano en su totalidad: es decir con la voluntad que guía el obrar, la inteligencia que razona y el corazón que expresa el centro íntimo de la persona.
Pero sobre todo, sintámonos llamados a abrirnos a esa sabiduría que aparece como don de Dios, como “un espíritu que ama a los hombres y los educa.” Que en este día, el Señor nos lo regale a cada uno.

Es inevitable que sucedan escándalos; pero ¡ay del que los provoca!
En el contexto de su segunda etapa del viaje a Jerusalén, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos, esta vez para abordar tres temas muy importantes para la vida comunitaria: el escándalo, el perdón y la fe. Y lo hace en medio del acecho de los fariseos contra quienes se enfrenta una y otra vez. De hecho, hemos escuchado, en el capítulo anterior, a Jesús, hablando así a los fariseos: “Vosotros queréis pasar por hombres de bien ante la gente, pero Dios conoce vuestros corazones.”
Jesús nos llama a seguirle en comunidad, a vivir la fe con otras personas construyendo relaciones fraternas con todo lo que esto significa de compromiso en la vida de cada día.
La Palabra de Dios hoy nos hace caer en la cuenta de tres aspectos que son pilares para una comunidad cristiana y que están íntimamente relacionados. Y empiezo por el último, el de la fe: Necesitamos alimentar nuestra fe en el Dios Padre de misericordia, que nos ha creado y nos ha hecho sus hijos; Sólo desde esta mirada de fe, podemos sentir la fuerza y el deseo de vivir desde ese Amor y de sentir la necesidad de ser transformados por Él.
Bajo la luz de la misericordia de Dios, necesitamos reconocer la parte de pecado que hay en cada uno de nosotros; ser conscientes de nuestras contradicciones e incoherencias, atrevernos a nombrarlas y reconocerlas, a pedir perdón por ellas, a trabajarlas, a dejar que el Espíritu también trabaje en nosotros y a descubrirnos finalmente como pecadores perdonados y salvados; capaces, por ello, de perdonar también a los demás. Una vida que se ha dejado amasar por el amor y el perdón de Dios, es una vida que camina hacia la autenticidad. Y toda vida auténtica es un estímulo que ayuda a crecer a otros: somos responsables de los demás.
Pero si nuestra vida se resiste a dejarse transformar; si nos instalamos en la arrogancia, en la prepotencia, en la rigidez frente a los otros. Si nuestro esfuerzo se centra en cuidar la “buena imagen” aunque nuestro corazón esté lleno de resentimiento y de tareas de crecimiento humano pendientes, la vida acaba convirtiéndose en “doble vida”. Es decir, una vida dividida y rota por las contradicciones no abordadas y no trabajadas. Una vida que, si no se abre a un proceso de verdad y sanación, va destruyéndose y puede también destruir a aquellos que están cerca y que son más vulnerables: a esta capacidad de herir y destruir se refiere Jesús cuando habla de “escandalizar a los pequeños” y ya sabemos lo duro que es con la persona que escandaliza: más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar.
Y es que la cosa no es de broma: Hoy en día se habla mucho en los medios de comunicación de los escándalos políticos, económicos y también de la iglesia. Y nos referimos a situaciones que con frecuencia nos asombran y nos descolocan porque se refieren a comportamientos de personas en las que habíamos puesto una cierta confianza porque su vida nos resultaba creíble, moralmente verdadera. Y, de repente, salen a la luz historias escondidas que nos sorprenden, que no esperábamos, que no concuerdan con la imagen, con frecuencia un poco idealizada, que nos habíamos hechos de estas personas. Situaciones que, a medida que se van destapando, nos permiten descubrir, escondidas, historias dolorosas de víctimas que son, casi siempre, personas muy vulnerables.
Pero no miremos hacia fuera, sino que meditemos en nuestra propia historia y en aquellas situaciones en las que hemos podido escandalizar a otras personas, cómo hemos podido influir negativamente sobre su proceso de vida y de fe. Qué descubro que necesito recomponer, curar. A quiénes necesito pedir perdón y perdonar. Qué fe necesito pedir para poder mirar con ojos de misericordia todo lo vivido.

Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo