18/septiembre/2019 • Miércoles de la 24ª semana del tiempo ordinario

1 Tm 3,14-16 ; Ps 110, 1-6 ; Lc 7,31-35

La Iglesia del Dios vivo, columna y fundamento de la Verdad

Todo el cap 3º de esta carta recoge las cualidades que debe practicar en general todo responsable de una comunidad cristiana. Sin embargo, el breve texto, “texto clave de la carta, según los biblistas” que leemos hoy, es primero y directamente para Timoteo. Pablo espera ir a verle pronto, pero la enseñanza que le transmite no parece pueda esperar. Siente urgencia por volver una y otra vez a la grandeza del anuncio evangélico y al testimonio del seguidor de Cristo. El pasaje se apoya en dos puntos teológicos fundamentales: comunidad y misterio de Cristo.
“Quiero que sepas cómo hay que comportarse en la casa de Dios”, por supuesto que no se queda en señalar al edificio por muy digno que sea, la casa es la Iglesia del Dios vivo, es la familia de Dios, es la comunidad o asamblea de creyentes a la que el apóstol califica como columna y fundamento de la Verdad; le está enseñando como debe actuar para que pueda proclamar la Verdad de Dios al mundo. ¿Estamos nosotros convencidos de que somos la «familia de Dios»? ¿Sentimos que es una interpelación para nuestra Iglesia hoy? Esto sirvió a la iglesia primitiva para cruzar fronteras y que dijeran de ella “miren como se aman”, lo mismo puede servir para la nuestra de hoy día. Es una gran responsabilidad la que tenemos, si perdemos la autenticidad del Evangelio, pronto dejará la Iglesia de tener sentido para nuestro mundo y para nosotros mismos.
Pablo pasa repentinamente a otro tema con una afirmación rotunda, “es realmente grande el misterio que veneramos” (V16) y nos coloca ante un magnifico credo cristológico donde va desgramándonos la clave del Misterio: Dios, en la persona de Jesucristo entró en el mundo y plantó “su tienda” entre nosotros, transitó por nuestra condición humana sin hacer alarde de su categoría divina, sin que los hombres reconocieran quién era. Pero Pablo desea fortalecer la fe de su discípulo y recordarle que Dios está de nuestra parte y que cruzó por la vida con una sola misión: Él es el Salvador, centro de esa Verdad que la Iglesia predica a todas las naciones. Y, ¡esto sigue ocurriendo hoy!

No os parezcáis a niños caprichosos!

Sería bueno comenzar leyendo toda la pericopa para mejor entender el final de ella que el evangelio nos presenta hoy. Jesús se extraña de la reacción de la gente, no sabe qué más decir o hacer para que se entienda la Buena Noticia que les presenta. Jesús tiene recursos suficientes para hacerse entender, a pesar de que en esta ocasión le cueste enseñar a la gente, le desconcierta las contradicciones que manifiestan. Pero como buen maestro va a utilizar una comparación con preguntas y respuesta que hablan por sí solas, dejando una señal que les haga ver su incoherencia. ¿Con quién compararé a los hombres de esta generación? ¿A quién se parecen?” Dejémonos iluminar por la respuesta.
Cuando una cosa es evidente y las personas por su ignorancia o mala voluntad buscan pretextos casi infantiles que justifican su forma de actuar, nos quedamos sin argumentos y generalmente el diálogo se corta. ¡Quién pudiera tener esta sabiduría de Jesús! ¡Quizás nos este haciendo una invitación a “crecer” humana y espiritualmente! Ojalá no nos detengamos en el camino como lo están haciendo los jefes del pueblo ante Jesús. Este es el drama que nos acecha. Rechazan el ser salvados, no creen en la bondad y misericordia de Dios.
Jesús siempre nos sorprende si vivimos en apertura y búsqueda, pero también es fácil quedarnos sentados en la eterna duda, no comprometerme porque la situación no es clara, porque me crea interrogantes, “ya veré más adelante”, el riesgo es demasiado, para qué cambiar tanto…¡Qué difícil es tener un criterio personal…!
El mensaje de Jesús es exigente, no permitamos que los vaivenes de la vida, qué son normales, nos derrumben. Aceptemos las caídas y equivocaciones, y pidamos disculpas reiniciando la marcha.
Concluyo con la misma oración con la que termina Jesús el diálogo (V 35) “Pero la sabiduría ha sido reconocida como justa por todos sus hijos-as”

Virgilia Léon Garrido