Reflexión del Evangelio del día 21 ed Junio (San Luis Gonzaga)

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a los Corintios 9,6-11
Sal 111,1-2.3-4.9
Evangelio según san Mateo 6,1-6.16-18
Siempre seréis ricos para ser generosos
Los versículos de la 2ª carta a los Corintios que leemos en la eucaristía de hoy se sitúan en el contexto de una “colecta” que Pablo ha puesto en marcha para poder atender a la comunidad cristiana de Jerusalén inmersa en una situación de gran necesidad.
Leyendo toda la reflexión de Pablo respecto a esta colecta, se percibe que no habla de una recogida de dinero sin más, para una situación puntual. Mi impresión es que Pablo está apuntando a dos cuestiones esenciales respecto a las “consecuencias” que nuestra fe tiene en la vida.
1. La solidaridad imprescindible que nos implica a todos para que la vida digna sea posible no sólo para algunos. ¡Qué difícil participar del Reino si no nos sentimos requeridos por la necesidad de los hermanos! Pablo lo presenta como algo totalmente natural, aunque no lo leamos en estos versículos: ahora tienen necesidad unos, y los demás acudimos en su ayuda; en otro momento, cuando nosotros seamos los necesitados, recibiremos la ayuda de nuestros hermanos. Tan sencillo, tan fácil de comprender, y ¡qué complicado de poner en práctica!
2. ¿Sentimos la tentación de pensar que son otros, aquellos que tienen más medios, los que deberían estar obligados a colaborar con los que necesitan ayuda? Por definición, como seres humanos y como creyentes todos estamos llamados a esa solidaridad, que como dice Pablo hemos de ejercer en conciencia. Más todavía, bastará grabar en nuestro corazón su afirmación: “siempre seréis ricos para ser generosos”. ¿quién no ha confirmado esta verdad contemplando la capacidad de compartir de los más pobres?
No practiquéis vuestra justicia… para ser vistos por los hombres
Jesús aprovecha la referencia a la limosna, la oración y el ayuno, prácticas habituales en todas las tradiciones religiosas, para ponernos en guardia. Y parece que el objetivo de sus palabras no es tanto la invitación a que hagamos limosna, oración o ayuno. Se trata, más bien de que estemos atentos a nuestra actitud, nuestra disposición, nuestras expectativas, nuestros deseos… cuando hacemos algo que “objetivamente” es bueno, o está bien.
Es propio de nuestra naturaleza humana la necesidad de “ser”, y a veces podemos equivocar el camino e identificar el “ser” con el reconocimiento, la admiración, la alabanza… que provienen de fuera. Nos gusta que nos reconozcan las cosas que hacemos bien. Y seguramente no es malo, siempre que no tratemos de edificar nuestro “ser” sobre el reflejo que recibimos de los otros.
Si profundizamos un poco en lo que significa ese vivir dependiendo de la aprobación, la aceptación, la admiración... quizá comprendamos que nos estamos convirtiendo a nosotros mismos en el “centro”, con lo que ya no lo ocupan ni Jesús ni su Reino. Triste recompensa que nos desvía de lo que queríamos.
La única recompensa plena y deseable es la de sentirnos amados por Dios, presente en nuestra vida, que nos da la capacidad para amar y entregarnos. Todo es don, y todo fluye en nosotros desde ese don. No necesitamos atribuirnos méritos ni exigir reconocimientos. La relación con el Señor es la que genera la sana disposición para hacer el “bien”, no como obligación sino como consecuencia natural de ese Amor en el que “vivimos, nos movemos y existimos” (Hch 17,28).
Buena clave de discernimiento para cuando estemos tentados de buscar reconocimientos, ¡o incluso de “gustarnos” a nosotros mismos porque hemos sido “capaces” de no buscarlos!