Reflexión del Evangelio del día - Martes 26 de abril de 2022 - Segunda semana de Pascua

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 2, 1-10
Sal 118, 99-100. 101-102. 103-104 R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 5, 13-16

Dios nos lo ha revelado por el Espíritu

Pablo escribe a la todavía joven comunidad cristiana de Corinto, una comunidad fundada por él, que pronto empieza a experimentar divisiones internas y en donde van apareciendo ideologías y grupos enfrentados. Estos grupos tienen sus propios líderes; seguramente, personas con dotes para la oratoria, elocuentes, capaces de encandilar a sus oyentes y venderles lo que quieren oír. Pablo es consciente de que lo que está en juego es la predicación del Evangelio y por tanto la misma vida de fe. Porque el centro del Evangelio es Cristo, cuya sabiduría no es otra que la locura de la cruz que rompe toda nuestra lógica y nos adentra en el Misterio, con mayúsculas, de Dios. La locura del Amor que se hace entrega hasta dar la vida. Esta sabiduría es fruto de la acción de Dios en el ser humano, don del Espíritu y por tanto sólo se puede recibir. Nadie puede arrogársela, apropiársela. Pablo huye de una predicación que deje a sus destinatarios deslumbrados por el mensajero, pero que no lleve a quien es el centro del mensaje: Cristo. Sabe que es necesario “disminuir” como nos dice Juan el Bautista, para que El Señor crezca en uno mismo. Sólo así la persona puede abrirse a la sabiduría divina, que nos adentra en el camino de la fe como experiencia de la salvación que Dios nos ofrece en la debilidad del Amor crucificado.

Vosotros sois la sal de la tierra

En el Evangelio de este día Jesús no nos dice “tenéis que ser” sal o “tenéis que ser” luz. Sino dice “sois” sal y “sois” luz. En la medida en que estamos en el mundo viviendo fuertemente enraizados en Dios, que es nuestra fuente de Vida y de Ser, somos sal y luz de la tierra. Y esto no es otra cosa que poder transparentar a nuestro alrededor, en las relaciones que establecemos con nuestro entorno y en todo lo que hacemos, la luz que brilla en nuestra interior, la luz que es Dios mismo, la luz que es siempre recibida para entregarla. Pero es verdad, que por el camino se nos van pegando capas y capas que nos hacen vivir cada vez más en la periferia de nosotros mismos, que van desvirtuando aquello que somos en el fondo, que impiden el paso de la luz. Y si no hay luz todo se convierte en oscuridad, confusión y perdemos el norte, perdemos el sentido. En cada persona la luz brilla con un tono y color propio; y ese color propio es el que cada uno estamos llamados a poner. Pero al mismo tiempo necesitamos el color de los otros, su aportación específica. Nadie tenemos todo, pero todos tenemos algo que poner, que compartir en este mundo en que todo está interconectado y en esta época en que más que nunca nos sabemos pertenecientes a una casa común, a un proyecto común que sólo será posible si sabemos construir un nosotros a partir de la riqueza de lo diverso. Hagámonos conscientes de todos los espacios, situaciones cotidianas, personas que Dios pone ante nosotros. ¿Cuál es nuestra forma específica de ser luz y sal en nuestros entornos? ¿Cómo colaboramos a disipar oscuridades a nuestro alrededor, a favorecer una vida con más sabor evangélico? Que en este día cada uno podamos descubrir “nuestra parte” en el conjunto, nuestra humilde contribución para “cocinar” el día a día de este Universo, del que somos una minúscula partícula, pero tan importante para Dios.

Hna. María Ferrández Palencia