Lectura biblicas del Miércoles 5 de julio de 2023 - Decimotercera semana del Tiempo Ordinario

Lectura del libro del Génesis 21,5.8-20
Salmo 33
Lectura del santo evangelio según san Mateo 8,28-34

Dios le abrió los ojos
Algunos aspectos que podemos contemplar en la primera lectura de hoy:
En primer lugar, el aspecto de la fidelidad de Dios, que cumple siempre sus promesas; y fruto de la promesa de Dios, nacerá de Abraham y Sara, el hijo deseado: Isaac. Estas promesas van dirigidas en favor de la vida, en favor del ser humano. Pero el tiempo de Dios, no es nuestro tiempo. Aprendamos a esperar, a confiar en que Dios actúa y acompaña todas nuestras búsquedas y esperanzas. Dios nunca nos abandona. Sintámonos invitados a escuchar, a través de la Palabra, la promesa de Dios y también a descubrir su cumplimiento a lo largo de nuestra vida; descubrir cómo el Señor nos ha dado más de lo que esperábamos en formas totalmente sorprendentes.
Un segundo aspecto del relato, tiene relación con el conflicto que surge entre Sara y Agar, con el nacimiento de Isaac. Sara, siente celos, quizás también miedo, y mira a Ismael, el hijo de Agar, como alguien que puede competir con su hijo por la herencia del padre. Y por ello quiere que desaparezca, que deje la casa. ¡Cuántas veces reaccionamos como Sara! Y nos apropiamos de aquello que Dios nos da como si fuera algo que tuviéramos que defender, en lugar de compartir con los otros.
Para Abraham fue doloroso ceder a la petición de Sara y sin embargo la acoge. Seguramente a muchos de nosotros nos parece injusta la postura de Abraham. Pero lo importante del texto es lo que Dios le dice a Abraham: Ciertamente, en los planes del Señor, Isaac, será quien continúe la descendencia de Abraham, y por tanto el que será, junto a Abraham, padre del futuro pueblo de Israel. Pero Dios, también dará a Ismael su parte; también Ismael se convertirá en padre de un pueblo. Una vez más, descubrimos el misterio insondable de Dios, cómo sus caminos no son nuestros caminos, y de qué maneras tan insospechadas y sorprendentes se vale el Señor para realizar sus planes.
Un último aspecto importante en el que me gustaría detenerme es en relación a la situación de vulnerabilidad extrema en que quedan Hagar e Ismael al ser expulsados de la casa de Abraham y sobre todo en la respuesta de Dios a esta situación. Porque cuando el horizonte humano que se vislumbra es de sufrimiento y de muerte, Dios abre pozos donde encontrar el agua que hace posible el resurgir de la vida.
El gran protagonista del relato de hoy es Dios: el Dios fiel a sus promesas, el Dios que nos abre los ojos para poder ver en los acontecimientos aparentemente contradictorios e incluso teñidos por el pecado, la presencia salvadora de Dios, el Dios que está siempre cerca del que sufre, protegiéndolo, tomándolo de la mano y poniéndolo en pie, El Dios que abre caminos de esperanza, cuando todo parece perdido. El Dios que nos muestra dónde encontrar el agua de la vida.

¿Qué tenemos que ver nosotros contigo, Hijo de Dios?
Todo el Evangelio tiene un fuerte carácter simbólico:
Jesús llega a “la otra orilla, a la región de los gadarenos” es decir cruza las fronteras, más allá del judaísmo, para salir al encuentro del mundo pagano, alejado de la fe.
Al llegar salen a su encuentro dos endemoniados, dos personas atrapadas por el mal. Se nos dibuja un contexto (viven el cementerio, nadie se atreve a transitar por aquel camino) que nos habla de lo que implica ese mal: una vida de violencia, muerte, oscuridad. Su manera de dirigirse a Jesús indica que reconocen en aquel hombre poder sobre el mal, pero están tan atrapados por él, que no pueden acoger el bien que viene de Jesús y podría salvarlos (“¿Has venido a atormentarnos?”); por eso se ponen a la defensiva. Al mismo tiempo saben que ese bien acabará venciendo, como indica ese “antes de tiempo”.
Frente a la actitud de estas personas, las fuerzas del mal, personificadas en los demonios, se rinden ante Jesús, y aceptan su sitio y su final: su lugar, representado por el cerdo que en el mundo judío era considerado como impuro y su final, ser “precipitados al mar”, es decir su desaparición absoluta.
El Evangelio de este día nos invita a reconocer en nuestras vidas y en nuestro mundo el mal que nos habita y sus efectos sobre nuestra vida personal y las relaciones con los otros, con el mundo, con Dios. Pero también nos llena de esperanza, porque el amor de Cristo es capaz de liberarnos del pecado; sólo Él puede destruir el mal que nos oprime y hacer de nosotros personas nuevas.
Esto que debería alegrarnos, choca con la reacción del pueblo que, ante lo que cuentan los porquerizos, rechazan a Jesús. La pérdida de los cerdos, y por tanto de aquello que les aporta el sustento económico, es para ellos más importante que la curación de dos personas. Son las contradicciones que tantas veces vivimos nosotros mismos: ese querer estar al servicio de la vida y de los otros y al mismo tiempo querer defender el propio interés; dos deseos que a veces entran en conflicto y que nos invitan a tomar postura, a definir qué es para nosotros lo importante, sabiendo que en esa toma de postura, al mismo tiempo, acogemos o rechazamos al Señor.

Hna María Ferrández Palencia