Reflexión del Evangelio del día - Viernes 22 de marzo de 2024 “El Padre está en mí, y yo en el Padre”

Lecturas
Del libro de Jeremías 20, 10-13
Salmo 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7
Del santo evangelio según san Juan 10, 31-42

Pero el Señor está conmigo
El capítulo 20 del libro del profeta Jeremías viene a reflejar la máxima expresión de su sufrimiento, desazón, rebeldía, protesta, fracaso… su vocación profética se ha convertido para él en el gran obstáculo de su vida. Está superado, vencido, perdido, sin sentido. La elección por parte de Dios, que ya temía desde un principio (Jr 1,6), acaba convirtiéndose para él en una maldición, que le lleva a desear no haber nacido.
Cierto que todos los seres humanos hemos de pasar a lo largo de la vida por situaciones de dificultad, sufrimiento, temores, desconcierto, duda… pero aquí estamos hablando de alguien que vive para realizar una misión que el Señor le ha encomendado, y que en el cumplimiento de esa misión se ve abocado al fracaso. Al final no hay sino “pavor en torno”…
Esta terrible experiencia de Jeremías tiene, sin duda, similitudes con la de Jesús. Estamos a las puertas de la Semana Santa y el círculo en torno a Jesús se estrecha. Los poderes van cerrando sus garras y quedan muy pocos resquicios que puedan escapar a ese “pavor en torno” que todo lo impregna.
Con todo, de manera difícil de explicar en el texto de Jeremías, aparece de pronto la confesión de fe en el Señor, la esperanza, la alabanza al Dios que libra a los pobres y cuya gracia y misericordia están por encima de todo, más fuertes, también, que la angustia sin fondo de Jeremías.
Y esa misma actitud vamos a encontrar en Jesús, que vencido por la injusticia y fracasado, a las puertas de la muerte, se vuelve confiado al Padre, en cuyas manos se entrega.

Te apedreamos porque, siendo hombre, te haces Dios
También el círculo se va cerrando en torno a Jesús. Los desencuentros, las interpretaciones erróneas… se multiplican. Se va dando una “escalada” que sólo puede conducir a un desenlace fatal. Y dentro de unos días seremos testigos de ello en la celebración del Triduo Pascual.
Las palabras, las acciones, la vida de Jesús habían venido chocando desde el principio de su vida pública con los planteamientos de los jefes religiosos de Israel. Nada de lo que hacía estaba bien en su opinión (no así para el pueblo que le seguía y experimentaba salvación), porque era necesario respetar una serie de principios intocables de los que ellos eran los garantes y responsables.
Eso significa, sencillamente, que en todo aquello que se refiere a Dios la última palabra la tienen ellos, que son los que saben.
En el texto que hoy escuchamos, se diría que ni siquiera se interesan ya por las acciones a las que Jesús les remite. Da lo mismo lo que haga. Merece ser apedreado porque siendo hombre se declara Dios. ¡Aquí están los defensores de Dios! ¡Y cuántos a lo largo de la historia! ¡y entre nosotros…!
¡Qué difícil para el ser humano asumir que Dios no es como nosotros lo suponemos, pensamos, imaginamos…! ¡Qué necesidad de principios inamovibles que nos den seguridad! Nuestras pretensiones insensatas tienen como resultado que nos “vamos quedando sin Dios” y encerrando en una burbuja sin contenido ni sentido.
Sin embargo los que se abrieron a la acción de Jesús, aquellos que el evangelio de hoy nos dice que le siguieron a la otra orilla del Jordán y creyeron en Él, experimentaron la salvación y pudieron intuir lo que estaba vedado a todos aquellos que no podían ir más allá de sus convicciones: no es que Jesús siendo hombre pretendiera declararse Dios, es que siendo Dios había querido hacerse hombre, ser uno de nosotros, traernos la salvación de Dios.

Hna Gotzone Mezo Aranzibia