Una mirada al momento actual

Publicado el : 2 de abril de 2021

El 14 de marzo se cumplió un año del decreto del estado de alarma, en España, a causa del coronavirus. Desde ese momento hemos tenido que adquirir hábitos a los que no estábamos acostumbradas, donde el uso de la mascarilla no ha sido el más significativo, aunque puede que sea el más visible.

Hemos perdido las reuniones presenciales, que nos daban la posibilidad del saludo, el abrazo, el beso, los comentarios antes o después, salir de casa, prepararnos corporal, afectiva y anímicamente para el encuentro. Hemos conquistado el mundo online, realizamos reuniones y encuentros virtuales, rezamos a través de Facebook con muchas personas que a veces no conocemos. Anteriormente nunca habíamos pensado en esta posibilidad. Nos hemos capacitado para reunirnos y rezar desde la distancia, a través de una pantalla. Sin abrazos, sin besos, sin… Hemos aprendido a estar más atentas a nuestros rostros, a dejar traslucir en ellos lo que no ha sido posible transmitirnos desde el contacto. Siguen faltándonos los paseos juntas, las comidas compartidas y celebrativas, la emoción de encontrarnos.
A nivel familiar, nos ha pasado lo mismo, sin posibilidad de reunirnos por el gusto de encontrarnos, sin poder acercarnos a los niños y jugar con ellos, manteniendo una distancia de seguridad que nos hace sentir la añoranza de lo que no hemos recuperado y nos falta.
La misión, en algunos casos ha tenido que pararse, y en otros nos ha proporcionado la capacidad de desarrollarla sin salir de casa, sin necesidad de disponer de un espacio en el que realizarlo y nos ha dado la posibilidad de extendernos geográficamente, se ha roto la barrera del espacio. Hemos aprendido qué es el trabajo online, el encuentro online, la escucha online…; hemos desarrollado, en general, la capacidad de poder seguir desarrollando parte de la misión de forma online.
La mascarilla nos impide obtener el regalo de una sonrisa. No podemos leer la mueca de malestar o angustia y nos vemos obligadas a utilizar más los ojos… no es suficiente. Hay personas que he conocido con mascarilla y que no sé cuál es su rostro; pero, hay que reconocer que seguramente han ayudado a controlar los contagios de coronavirus y a disminuir otros contagios como la gripe, casi inexistente en España este año.
A algunas personas, esta situación, les está minando la esperanza, otras están perdiendo el gusto por la vida o viven disgustadas… (Quizá sus situaciones se han visto agravadas por la disminución de la movilidad, por la pérdida de trabajo, por la falta de relaciones…).
Con esta situación, tal vez, la vivencia de la cuaresma y del triduo Pascual tenga, este año, algunas resonancias particulares. Tal vez la conversión, en este tiempo y en todo tiempo, pueda entenderse como encontrar el gusto por la vida en cada instante; aprender a mirar este momento, descubriendo la belleza que esconde; poderlo contagiar, a aquellas personas a las que les resulta especialmente difícil. Tal vez sea el momento de redescubrir lo que se tiene y aprender a disfrutar de ello. Tal vez necesitemos descubrir cómo acoger y aceptar la realidad que vivimos, nuestra propia realidad, sin victimismo, sin resignación, para poder extraer de ahí la profundidad de nuestra propia existencia, la palabra de Dios encarnada en cada una de nosotras.
Sin lugar a dudas todas y cada una hemos sido llamadas, elegidas, soñadas, creadas por Dios, Sin lugar a dudas, todas tenemos un papel específico que representar… descubramos, en el momento presente, cual es nuestro color, cual es la belleza que se nos ha regalado, cual es nuestra pieza dentro del puzle. Descubramos el color de las hermanas y de las personas que nos rodean, cual es la belleza que nos aportan; no nos peleemos por un mismo lugar en el puzle, no encajamos en cualquier sitio, solamente hay uno que es el nuestro y situadas ahí todo encaja.
Dejémonos atraer por ese anhelo de lo eterno, por ese anhelo del Dios presente y vivo que nos llama a vivir y a tocar nuestra esencia, esa en la que él habita. Puede ser que todo lo demás se nos dé por añadidura, como continuación del proceso de vivir.

Hna Inmaculada Sánchez García-Muro